Y a nosotros nos llaman incrédulos

Y a nosotros nos llaman incrédulos

La cabezonería y “cuadriculez” de miras, no es un aspecto característico, exclusivo y excluyente de la ciencia, como muchos adeptos de lo paranormal creen. Esa misma cerrazón, la hemos observado de cerca en aquellos que se autodenominan “de mente abierta”. Y a nosotros nos llaman incrédulos. Pero aclaramos, puesto que, no queremos que nadie se nos enfade, ni estos, ni aquellos.

“La ciencia no tiene todas las respuestas”. Más de una vez, hemos percibido cómo se esgrimían, cual estandarte, estas “sacras” palabras ante nosotros, con la única intención, de dejarnos sin argumentos. Pero, a veces, hablamos más de la cuenta y por tanto, esto no es sino un activador del resorte que impulsa nuestra verborrea. Así pues, craso error, nos apresuramos a responder:

La ciencia no tiene todas las respuestas, pero lo pretende. De hecho, ese es su trabajo. Desgranar la realidad y explicarnos cómo funciona. Y, traerá respuestas a muchos de esos fenómenos, que hoy llamamos paranormales, como lo ha hecho hasta ahora. De otra cuestión se tratará, si esas respuestas no le gustan a usted. Al mismo tiempo, y para su tranquilidad, por mucho que avance la ciencia, tal como pasa hoy día, muchos serán también los fenómenos que queden proscritos por el halo de lo extraño. Y es que, muy señor nuestro, es el “no saber”, aquello que impulsa la curiosidad humana. El misterio, es aquello que da sentido a la ciencia.

Espíritu Científico

Pero, una cosa es ciencia y otra, aquellos que la componen. Los científicos son humanos y por tanto susceptibles a sus propios dogmas, egos e intereses. Así pues, existen quienes se aferran, con uñas y dientes, a lo empíricamente correcto, desestimando al grado de superstición, todo lo que no sea medible, pesable, reproducible y otras muchas características que acaben en “ble”. Y, decimos bien, lo desestiman. Esto es ciencia y lo demás no, dicen. Que conste que, quien esto escribe no es científico, pueden estar tranquilos. Pero, en esa afirmación, echamos en falta algo fundamental: El tan elogiado “Espíritu Científico”.

¿Dos clases de científicos?

¿Acaso, la ciencia no debería ser la encargada de investigarlo todo? ¿Absolutamente todo? Porque, y sentimos repetirnos, ese es su cometido. Algo, que algunos científicos parecen haber olvidado. Cierto es, que otros hay que, simplemente, optan por otras ramas de mayor interés para sí. Por pura y loable inquietud personal. Sin olvidar, por supuesto, que ante la lucha de la medicina contra el Cáncer o el SIDA, casi cualquier fenómeno, natural o paranormal, no es sino una mera banalidad.

Existe otro género también, cuyo interés radica en alimentar sus bolsillos, o los de otros. Pero esa es otra historia.

Michael A. Persinger es un neurólogo cognitivo, profesor universitario e investigador estadounidense.
Michael A. Persinger es un neurólogo cognitivo, profesor universitario e investigador estadounidense.

Sin embargo, otros hay que no han hecho ascos a la investigación de los fenómenos llamados paranormales, solo porque, la simple elocución de dichas palabras resultara irrisoria en ciertas academias. Y estos, muchos por suerte, han ahondado en la investigación en laboratorio de capacidades como la telepatía, la videncia o la precognición. Así, como las visiones relacionadas con las E.C.M., ya sea, con la recogida de datos estadísticos, como con la investigación bioquímica. Sus explicaciones tienden a estar ligadas a la ciencia más pura, como es lógico suponer. Pero, es su osadía, el kit de esta cuestión. Son científicos que, en nombre de la ciencia, no temen enfangarse las perneras de sus pantalones, adentrándose en terrenos tan poco agradecidos. No queremos extendernos más en este sentido, pero invitamos al lector a buscar cuantas referencias encuentre acerca del neurocientífico cognitivo canadiense Michael Persinger. Y, sobre sus experimentos, sobre cómo afectan a determinadas zonas de nuestro cerebro, ciertas alteraciones electromagnéticas y con ello a nuestra percepción de la realidad. Y, este caballero, no es sino un ejemplo.

Científicos con Espíritu Científico

En los últimos años, hemos tenido la oportunidad de entrevistar, en ocasiones, demasiado brevemente para nuestro gusto, a científicos de materias como neuropsiquiatría, biología o astrofísica, que nunca se han acercado a la investigación parapsicológica. Y, hemos podido comprobar que, aún hay expertos que no temen responder con un “no lo sabemos”, ante una pregunta bien meditada. Cómo otros, atienden a las pruebas, allá donde los lleve, como debe ser en ciencias, aseverando que “no hay suficientes evidencias que demuestren esto, pero esto otro sí”. Una respuesta que, puede resultar lacónica a alguno, pero para nosotros denota el profundo respeto que demuestran hacia todo aquel que les pregunten. En el fondo, todos queremos saber la verdad.

Investigadores de lo paranormal, con espíritu científico

Y, como decía en mi introducción, algo similar ocurre entre los investigadores de lo paranormal y las anomalías. Cierto es que, en este ámbito, trabaja gente muy honesta. Ya sea en solitario o en grupos, más o menos organizados. Cierto es también, que una gran mayoría no posee titulación científica, aunque, poco a poco se unen a este “ramo” personas con conocimientos técnicos de cierta relevancia. Cruciales a mi juicio. Pero, incluso aquellos que, no poseen los conocimientos que estimen oportunos para la determinación de una supuesta evidencia, acuden a quienes si los tienen, para un correcto análisis. Como digo honestidad, criterio y autocrítica, son aspectos que caracterizan a este apartado.

Espíritu Mistérico

Pero, en el reverso de la moneda, se encuentran, siempre según nuestra opinión, aquellos que no son capaces de discernir entre lo que creen de lo que realmente saben. Cuando, un ufólogo ve, en el fenómeno denominado “visitas de dormitorio”, una clara intervención extraterrestre, y un espiritista, la manifestación de los “eternos vivos”; Cuando, algunos consideran a los orbs, esas extrañas burbujas que aparecen de vez en cuando en la fotografías (principalmente digitales), como “campos áuricos”, “energías” se atreven a “especificar” (¿?) otros, manifestaciones fantasmales aseguran otros tantos… ¿Acaso, no estamos matizando la interpretación de un mismo fenómeno, sea cual sea su verdadera explicación, con nuestras más arraigadas creencias? ¿Acaso, un investigador de lo paranormal, sean cuales sean sus conocimientos y experiencias, no debería mantenerse ajeno al objeto de su estudio?

Entre este sector, he percibido cierto tufillo a dogmatismo. Cuando, sus aseveraciones se basan, en la mayoría de los casos, en denostar cuantas teorías pueda la ciencia haber esbozado, con relación a un suceso o efecto, sin exponer a la contra, argumentos más o menos sustentables. Y, aún así, se atreven tachar a la ciencia de cuadriculada ¿Esto es irónico o me lo parece?

Y a nosotros nos llaman incrédulos

Esgrimen, en una mano, el argumento de que la ciencia no es aplicable a la investigación de lo paranormal. Mientras, en la otra, sujetan una cámara fotográfica digital (o sea, pura ciencia aplicada), como instrumento fundamental para captar “anomalías”.

¿En qué quedamos? No podemos usar instrumental técnico, basado en la ciencia más empírica, como herramienta de trabajo, y luego obviarla a la hora de interpretar los resultados.

Que conste en acta, que no incluimos en este retablo a aquellos que, tras vivir un suceso extraño, en sus propias carnes, deciden y sienten la necesidad de investigar sobre ello. Que, también están en el grupo anterior, pero queremos hacer este receso, esta diferenciación (no demasiado justa, lo sé), puesto que tenemos en mente dedicarles una futura nota.

Por supuesto, tampoco hacemos referencia a aquellos que usan el misterio como herramienta de marketing personal, sin el más mínimo escrúpulo, a la hora de “hacer” psicofonías… por poner un ejemplo. Estos, simplemente, nos aburren.

Una “mente abierta” no es aquella cuya sensibilidad hacia lo paranormal es más latente. No, muy señor nuestro. Una “mente abierta” es aquella que no rechaza posibilidades, vengan del ámbito del que vengan, solo porque estas hagan tambalear sus creencias. Una “mente abierta” parte de una premisa clara, que procura no perder de vista: no sabemos nada.

Un investigador de “mente abierta”, sopesa toda teoría, toda posibilidad, con la misma importancia. Está claro que, muchos de estos fenómenos extraños, no han podido pasar por el rigor de la reproductibilidad. Pero, no por ello, podemos saltarnos a la torera todo cuanto la ciencia puede aportar, puesto que es el “método científico” el rasero por el que debería someterse todo estudio medianamente serio. Antes de ahondar en cualquier otra teoría. Al menos, si nuestra intención es, presentar pruebas de la veracidad de un fenómeno o anomalía.

Porque, el trabajo del investigador, no consiste en creer, sino en comprobar en la medida de lo posible, el hecho. Y, si es prácticamente imposible este paso (como suele ocurrir), cuando menos, habrá que certificar, de algún modo, la credibilidad de quien lo cuenta.

Porque, creer es solo una opción personal. Y, su valor, no va más allá, en cuanto a la investigación se refiere. Hay que tener siempre el cuidado de no elevarla a la categoría de “verdad absoluta”.

No tenemos ningún reparo en afirmar que, creemos en lo que hacemos, como parte de un equipo de investigación de fenómenos de este tipo. De lo contrario, seguramente, nos dedicaríamos a otra cosa. Y, si helarnos los cuartos traseros, en medio de un páramo, con nocturnidad y alevosía, con la esperanza de que, “algo” que podamos considerar OVNI, se cruce en el cielo; o en malgastar, la ya mermada vista, animando al insomnio, mientras vigilamos lo que ocurre, o pueda ocurrir, en una habitación cerrada, a través de la imagen, que una cámara infrarroja, muestra en un monitor… no es prueba suficiente de ello…

Y a nosotros nos llaman incrédulos.

Si usted, nos pregunta sobre lo que creemos, podríamos hablar durante horas. Esta nota es una clara evidencia. Pero si, en cambio, nos pregunta sobre lo que realmente sabemos, la conversación acabaría en el momento justo de cerrar la interrogación.

Quaestio Omnia

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