Incontables ya, han sido las ocasiones, en las que se nos ha insinuado, que la razón de nuestro escepticismo radica en una circunstancia bien sencilla. “Pensáis así… porque nunca os ha pasado nada extraño” -sentencian, con tal convencimiento que, más de una y de dos ocasiones, hemos callado ante tal contundencia. ¿Ver para creer?
¿Acaso están en lo cierto? Intentaremos desgranar las disquisiciones que, esta frase tan simple, oculta.
De una parte, nuestro hipotético interlocutor, está realizando una tajante deducción, a lo “Sherlock Holmes”, al escuchar nuestra, posiblemente desafortunada, disertación. Pero, en demasiadas ocasiones, lo evidente, no es precisamente lo real.
Por otra, la definición de “extraño”, de un hecho, es tan amplia, como lo pueda ser la ignorancia de quien lo interpreta como tal. Conste, que esta, no es una afirmación despectiva. Y, ponemos un ejemplo. Para un neófito, ante un microscopio, le será altamente extraño el mundo que, a través de ese instrumento, podrá vislumbrar. Sin embargo, ante la visión cotidiana de un biólogo, posiblemente, ese grado de extrañeza estará acolchado, en gran medida, por sus conocimientos en la materia.
Por tanto, tras un análisis retrospectivo, acabamos llegando a la conclusión, de que tenemos algo que replicar. Y, aquí va nuestro recurso, ante la sentencia:
¿Ver para creer?
La vivencia de un hecho, acaba quedando supeditada a la interpretación que, del mismo, hace aquel que lo vive. Cuando el hecho en sí, rebosa el límite de los conocimientos del testigo, su interpretación puede rondar, con extremada facilidad, la subjetividad.
Y, por rematar, diremos que SI hemos vivido ciertas situaciones que, a algún que otro, le haría dormir por las noches con la luz encendida. Y, no con ello, queremos hacer latente nuestra valentía. Nada más lejos de la realidad. Lo decimos con conocimiento de causa, puesto que hemos tenido la oportunidad de entrevistar a otros que han vivido situaciones parecidas. Pero, y no nos cansaremos de repetirlo, no podemos etiquetar lo vivido como paranormal, mientras existan otras posibles explicaciones más empíricas. Tampoco nos agarraremos a la ciencia, como única respuesta, mientras existan otras posibles respuestas. En definitiva, no podemos convertir nuestra experiencia en una “Verdad Suprema”.
Tal vez, pese al pánico y la sudoración extrema, que nos sobrevino en aquella ocasión, la nuestra, no sea una experiencia lo necesariamente contundente, como para que nuestras convicciones cambiaran tan radicalmente. Pero, en el ámbito de la investigación, que es precisamente ese el objetivo de la presente reflexión, las experiencias personales, deberían mantenerse al margen de lo investigado. Puesto que, que nosotros hayamos vivido un suceso insólito, no implica que debamos creer, a rajatabla, a todo aquel que nos cuente haber vivido un acontecimiento así. No creemos que el trabajo de los investigadores consista en “creer lo que te cuenten”, sino, en comprobarlo, en la medida de lo posible.
A lo sumo, una experiencia así, podría darle al investigador un notable grado de humildad. La vivencia de una situación, que no somos capaces de explicar, cuando menos, nos demuestra a las claras que “no lo sabemos todo”.
Otros, nos han preguntado muchas veces: ¿Creéis en esas cosas?
Explicarles nuestra idiosincrasia, como respuesta, sería tan excesiva como innecesaria. Así pues, tanto a unos como a otros, respondemos, ya lacónicamente, en estos términos:
Creemos en la posibilidad de un hecho, por extraño que este pueda parecer, pero nos permitimos dudar, razonablemente, de quien nos lo cuente.
Si bien es cierto, que podríamos estar completamente equivocados.
Quaestio Omnia